Al mediodía, bajo un cielo plomizo que anticipaba lluvia sin llegar a cumplirla, Cali se movía lentamente. El calor hacía que algunos caminaran con prisa hacia cualquier restaurante con una mesa disponible; otros buscaban sombra donde fuera posible. En medio de ese tránsito cotidiano, casi nadie advirtió lo que ocurrió a pocos pasos de la salida de una librería del centro.
Un hombre de unos treinta años —cabello largo, lacio y grasoso, ropa visiblemente sucia, pantuflas desg