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¿Será el 2025 mejor que el 2024?

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    Redacción
  • 18 ene
  • 3 Min. de lectura

Por Rubén Darío Valencia

Periodista - ex director del Qhubo


Hace apenas dos semanas que se acabó el año pasado y de que en medio de saludos, lágrimas, fiestas y comida nos deseamos alegría, salud, seguridad y prosperidad para el 2025, año en el que ya andamos poco más de 15 días.

Dejamos atrás un año difícil. En 2024, Colombia enfrentó varios desafíos significativos que impactaron negativamente al país: un crecimiento económico limitado de apenas el 2%, reflejando una desaceleración en sectores clave como la inversión y las exportaciones. Este estancamiento económico generó preocupación sobre la sostenibilidad fiscal y la capacidad del país para generar empleos de calidad. Aunque la inflación anual disminuyó a 5,20% en 2024, se mantuvo por encima de la meta del Banco Central del 3%. Los sectores de educación, restaurantes y hoteles, y servicios públicos registraron los mayores incrementos de precios, afectando el poder adquisitivo de los colombianos. 

Las empresas electrificadoras públicas enfrentaron una crisis debido a deudas acumuladas desde la pandemia de Covid-19. Situaciones como apagones prolongados en regiones como Puerto Carreño evidenciaron la fragilidad del sistema eléctrico y la necesidad de soluciones estructurales. 

La percepción de inseguridad aumentó significativamente entre los colombianos, convirtiéndose en una de las principales preocupaciones para la ciudadanía. La violencia y el crimen afectaron la calidad de vida y generaron incertidumbre en diversas regiones del país. 

El debate político llegó a un clímax insoportable con la crispación del lenguaje (el Presidente Petro llamó malditos a los congresistas que no aprobaron su Ley de Financiamiento), y estos a su vez dieron al traste con la mayoría de los proyectos de cambio que el Gobierno impulsó en el legislativo, hecho que ha tenido como efectos colaterales las crisis en sectores como la salud, el energético, el empleo, el minero y, en general, en las relaciones del Ejecutivo con sectores claves de la economía del país.

Las marchas, los paros, los asesinatos de líderes sociales, la criminalidad desbordada en las ciudades y el crecimiento y empoderamiento de los grupos al margen de la ley generaron un impacto tremendo en la seguridad del país y en el ánimo de la nación, como en los años 80 y 90.

Por eso, debo confesar que mi mensaje de Año Nuevo a mis familiares, amigos y conocidos que decía “que el 2025 sea el mejor año de tu vida” fue emocionalmente honesto, pero francamente incongruente con la realidad política, social y económica del país. Sencillamente porque todo apunta a que el 2025 será un año perdido, como un mes de noviembre, que sólo sirve para preparar diciembre.

En este caso, para preparar el 2026, que se hace más cercano que nunca por el ansia política del país de cambiar el estado de cosas. Es apenas un puente de necesario e inevitable tránsito para dejar atrás este gobierno a cargo del Pacto Histórico que ‘hizo historia’ con Petro. El cambio que no fue y ya no será con la izquierda como bandera porque para muchos no resolvió los problemas, los agravó, en una deriva en la que solo Gustavo Petro es culpable de su desgobierno.

Y por esa razón el 2025 no será mejor que el 2024: se tendrá, sin duda, una agenda legislativa aún más pugnaz contra los intereses del Gobierno porque primarán los intereses electorales de quienes aspiran a reelegirse, ahora sí, consultando los intereses de las regiones y no las banderas del cambio. Esto llevará al Presidente Petro a radicalizar, de manera definitiva, su discurso, sus consignas, y ya no dormirá en Casa de Nariño (donde nunca se sintió cómodo), sino en las calles, en los pueblos fragorosos, donde se verá al Petro más combativo y furioso.

Entre tanto, dejará de gobernar a tiempo completo, solo reuniones a la hora del almuerzo con un desvencijado gabinete empeñado en las campañas partidistas, mientras temas como la salud, la seguridad, las relaciones con Venezuela, el antiuribismo y la entrega de tierras se convertirán en armas de presión, el fuego en que arderán las pasiones nacionales y en centro de los discursos panfletarios y de campaña.

Será un año, además, en el que los colombianos sufriremos de nuevo (pasó con Samper), las consecuencias de los desencuentros agudizados entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos.

Será un año movido, caliente, áspero, polarizado, lleno de riesgos, de algarabía política, pero para lo demás no creo que el 2025 sea un buen año o mejor que el que acaba de pasar. Porque, además, tampoco sabemos cómo quiere terminar su Gobierno Petro, si es que en verdad lo quiere terminar.

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