JAIRO RAMOS ACEVEDO
Escritor vallecaucano
De acuerdo con el prisma con que se lea y analice una obra literaria, se podrá hacer un juicio de valor moral de la misma. Muchos críticos literarios consideran que en Colombia no constituye una tradición, una escuela o un movimiento, la existencia de una literatura maldita. Ha sido esporádico, el surgimiento de escritores o poetas malditos, en forma individual.
La literatura maldita es una categoría que nace en el siglo XIX en la literatura francesa y la inglesa, y cumple una función: decir lo indecible, mostrar lo oculto, llamar a las cosas por su nombre, y señalar que la gran escuela siempre es la vida y sus contradicciones, que es donde se nutre la verdadera gran literatura.
El abanico de escritores no es muy amplio, a decir verdad. Se compone de nombres como Julio Flórez (sí, el poeta de las flores negras y los escándalos y sospechas), José Manuel Vargas Vila (el maldito de todos los malditos), Andrés Caicedo (el autor de un libro inmortal ¡Qué viva la música!, quien se suicidó a los 25 años- El 4 de marzo de 1977), y el autoexiliado y aclamado Fernando Vallejo, quien expresó que su madre era una H.P.), regreso a Medellín – renegó de la religión y de Colombia en la novela “La Puta de Babilonia”- después de vivir muchos años en México.
De acuerdo con la mejor tradición ortodoxa en la materia, un escritor maldito es aquel que, ya desde joven, se aleja de la buena moral impuesta por la sociedad y que no es otra cosa que las buenas costumbres.
El escritor maldito, escribe y vive como una provocación y desafío contra el mundo que lo rodea, y se comporta en general de manera peligrosa, asocial e incluso autodestructiva. Generalmente mueren antes de alcanzar el reconocimiento debido, y su escritura es difícil para los consumos normales y habituales de la sociedad. Aunque a veces, a algunos, la vida les regala años extra.
El concepto aparece por primera vez en 1832 en Francia y se proyecta con solidez hasta finales de 1880. Posteriormente la categoría se extiende a otros países, culturas y naciones, siendo uno de los primeros Inglaterra.
De esta suerte, lo que podemos denominar como la primera generación de escritores y poetas malditos comprende nombres como F. Villon, Rimbaud y Beaudelaire y se extiende a figuras como G. Sand y O. Wilde.
Desde entonces, hasta la fecha, la literatura maldita constituye una vertiente propia, pero subterránea, clandestina o marginal de la literatura que produce una sociedad. Desde luego que en cada ciudad, grande, mediana y pequeña existen poetas y escritores malditos, que acaso por malditos no han alcanzado el reconocimiento que pudieran merecer. Son conocidos por círculos pequeños, alternativos y muchas veces ellos se autopublicitan de manera clandestina o marginal.
Sin la menor duda, los escritores malditos son gente libre, o bien gente que se quiere, decididamente, libre —aunque algunos aún no lo sean—. Encuentran la libertad en la escritura, y en ellos la escritura y la vida son una sola. Nada de artilugios académicos. (Aunque lo contrario también hay que advertirlo, a saber: que quien hace de la literatura y la vida una sola y misma cosa no necesariamente es un escritor maldito. Una línea fina y móvil de distinciones). Libres, y no simplemente rebeldes. Flórez, Vargas Vila, Caicedo y Vallejo, por orden histórico: cuatro voces de poetas y escritores sin deudas: ni económicas, ni morales o intelectuales.
Uno tomando distancia con respecto al poeta de conveniencia —José Asunción Silva—, es liberal radical; otro blasfemo y apóstata, objeto de persecuciones en el marco de la Constitución conservadora de 1886; otro más haciendo de una ciudad periférica el centro de las miradas de admiración y exultación del cuerpo, y el último, homosexual declarado y no vergonzante, autoexiliado por voluntad propia, faro de la realidad nacional.
Con una nota: no existe (hasta la fecha) una mujer en la historia de la literatura maldita en Colombia. Vallejo posee sobre los demás autores malditos colombianos una ventaja, que es al mismo tiempo una contradicción. Se trata de un autor a todas luces maldito que es publicado por unas de las grandes editoriales y circuitos de distribución oficiales en la lengua española: Alfaguara y Taurus. (Al fin y al cabo, a las grandes editoriales les importan autores que vendan; entre otros criterios).
Los demás son autores anacoretas, y varios títulos suyos difícilmente se consiguen en las buenas librerías, y definitivamente no en las librerías de centros comerciales. Es notablemente el caso de Julio Flórez, poeta proscrito de las ediciones y reediciones, de los encuentros y los números especiales.
Aun cuando la editorial Sopena publicó las obras completas de Vargas Vila, parcialmente. Caicedo acaba de ser objeto de reedición de ¡Qué viva la música! gracias a una película desafortunada y pésima. Pero Vargas Vila permanece como el más recóndito de los autores en materia editorial, de estudios, monografías, biografías o hagiografías, por ejemplo. El autor más prolífico de los malditos colombianos, sus libros se encuentran, en el mejor de los casos, en los anaqueles de eruditos y libreros de segunda. Que podemos llamar, de manera hermosa, como “libros leídos”.
De la literatura maldita no quedan moralejas; tampoco inferencias indirectas. De hecho, no existe una única literatura maldita, y como puede apreciarse de la lectura cuidadosa de los cuatro grandes en Colombia, de cada uno cada quien saca lo que puede. Que sería el comienzo para una auténtica tertulia. Que es uno de los modos para una incubadora gratuita de ideas, proyectos, y acciones. Vargas Vila, Julio Flórez, Andrés Caicedo, Fernando Vallejo, una línea irregular subterránea de historia, cultura, sociedad y política -abyecta, iconoclasta, irreverente y desconocida-.
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