MASAS POPULARES Y PODER POLÍTICO
- Redacción
- 20 mar
- 5 Min. de lectura
JAIRO RAMOS ACEVEDO
Abogado - escritor vallecaucano
Frente a los hechos peregrinos ocurridos en días pasados, donde el presidente Petro, convocó a una marcha cívica, para indicar la desaprobación de la conducta asumida por algunos senadores que apoyaron archivar el proyecto de ley sobre la reforma al sistema laboral colombiano. En torno a esta sorpresiva convocatoria, inédita en los anales de la historia del país, sirve de preámbulo para exponer el recorrido por las preocupaciones teórico-políticas que dominan el escenario que bien un día analizó el filósofo Althusser, quien trató de hilvanar un nexo profundo entre el pensamiento de Lenin y Maquiavelo.

En la búsqueda de “nuevos conceptos prácticos”, esto es, con potencialidad explicativa e inseparables de una práctica política crítica, Althusser sale al encuentro de Lenin, Gramsci y otros marxistas, pero también indaga por fuera del marxismo, internándose en el discurso de Maquiavelo, en una apuesta que demostrará ser duradera.
Cuando Althusser se refiere a los artículos de Lenin sobre la práctica de la lucha de clases, advierte que no son textos de un historiador sino de un dirigente político, que le roba algunas horas a la práctica política para hablar de la lucha de clases. Reflexionando en el presente sobre el ahora, Lenin produce conceptos para pensar el campo y el objeto de la acción política de las masas populares bajo la conducción de la clase obrera, los medios para producirla y los puntos de aplicación estratégica de esos medios.
En Maquiavelo, encuentra un empirista de genio, un pensamiento anclado en su coyuntura que, si bien no contiene conceptos firmes, sí posee un “verdadero fondo teórico”, un inquietante “alcance teórico latente” que se aleja de los cánones clásicos de la teoría política. Tanto en uno como en otro localiza un pensamiento de la práctica política en su especificidad y autonomía que no cede a la realización de la necesidad ni a la ilusión jurídica de la política.
Desde una posición marxista, se convence, no se trata de buscar una justificación antropológica del hecho político, sino de pensar la política como una práctica que tiene lugar en la coyuntura.
Halla así una “vía real de acceso a Marx”, una forma de hacer inteligible su problemática fuerte y principalmente, de llenar lo que él considera las lagunas flagrantes de la teoría marxista. La coyuntura - según Althusser – es un concepto teórico fuerte que no se agota en la referencia empírica a las circunstancias históricas.
En el caso colombiano, esas estructuras son de un viejo régimen vetusto, conforma una herencia fundamental de la tradición colonialista y se refiere a una estructura de contradicciones múltiples y desiguales, más exactamente, a la relación compleja de condiciones de existencia recíproca entre las articulaciones de la estructura de un todo dentro de la sociedad, y la actual es compleja porque convergen genuinas clases de poder hereditario, otra clase emergente y arribista, sin consciencia de clase, que se enriqueció de la noche a la mañana, y estos son los que jalonan la economía mercantilista, la codicia sin frenos, muchos aposentados en centros de poder: alcaldías, gobernaciones, corporaciones públicas.
En concreto, en su primer rodeo por Maquiavelo, Althusser reconoce claves importantes para entender los mecanismos de dominación de una organización del poder político apoyada en el consenso de las masas: existe una relación interna, “orgánica”, entre la ideología y la política, puesto que, la política tiene lugar en el mundo imaginario de las masas populares, el cual se presenta colmado de restricciones para el ejercicio del poder político (por ejemplo, el príncipe no puede alterar gravemente las costumbres populares).
En la relación de dominio entre el poder político (príncipe, partido, Estado) y el pueblo interviene activamente una política ideológica de organización del consenso. Según la fórmula del “temor sin odio”, el pueblo si bien no está en el poder se “reconoce” en (se identifica con) la figura del príncipe. Ahora bien, y esto es esencial, esa identificación pueblo-príncipe es efectiva en tanto y en cuanto el príncipe (el poder político) contenga la lucha de clases entre los grandes y el pueblo en favor del pueblo.
La política ideológica no flota en el aire: se apoya en una política estatal de reconocimiento (variable en la concepción de Estado y democracia) de las demandas populares. El consenso de las clases populares respecto del poder político, de tal modo, no se identifica por completo con la dominación ideológica o la represión, también responde a la eficacia de la política estatal. Hay una relación también “orgánica” entre la violencia-represión y las leyes-derechos.
El derecho no es extraño a la violencia ni es su antagonista: las leyes suponen una violencia política organizada. Y la violencia estatal siempre tiene un contenido político. No existe violencia pura ni política por fuera de la violencia, y ambas son constitutivas de la acción política. La política estatal necesita tanto de las leyes como de la fuerza, en una proporción que depende de las contradicciones que definen el momento actual de la lucha de clases.
El ejercicio de la represión por el Estado tiene un papel activo: interviene en la creación y en la conservación del consentimiento, que está lejos de tener un origen puramente ético-religioso (ideológico). La violencia no solo es un “medio para obligar al pueblo”, puede conformar una fuerza política (ejército nacional) que actúa para imponer un proyecto de unidad nacional frente a potencias extranjeras.
El problema de la práctica política de las clases populares resulta conmovido en sus certezas clásicas, el cual -según Althusser- viene a señalar que las revoluciones políticas no son efectos puntuales de una contradicción económica que ha llegado a su madurez, sino el resultado contingente de la condensación de las contradicciones sociales en una unidad de ruptura; basándose sobre todo en Lenin, en la autonomía y en la historia diferencial de las diversas contradicciones, al mismo tiempo, en la política como práctica de transformación en las estructuras sociales, básicamente en el trabajador asalariado: los obreros.
En la historia de la humanidad el pueblo es la población más significativa, pero no ejerce el poder, en forma directa sino representativa (Senadores-Representantes a la Cámara), y esta estructura política debería estar sometidas al cambio permanente, desde Marx el concepto de dialéctica implica la subversión incesante de todo orden, pero no desaparecen.
Una ruptura revolucionaria o una situación de crisis desempeñan siempre un papel revelador de la estructura y de la dinámica de la formación social que la vive, aunque no se reduzca a ella.
En consonancia, durante este periodo histórico en que la izquierda alcanzó el poder, la consigna política de la omnipotencia de la lucha de clases económica, apunta a favor del reclamo leninista de una lucha política e ideológica de masas que trace una línea de demarcación política entre el pueblo (el proletariado y sus aliados) y los enemigos del pueblo. Esto es lo que encierra la consigna revolucionaria: ¡Esos son los que se roban la Nación!
Para Althusser, una acción transformadora, inscripta siempre en un espacio ya ocupado por ideologías en lucha desigual, no responde a la sola virtud de la paciencia ni al voluntarismo de un dirigente, sino que resulta de una “apuesta” política e ideológica capaz de articular, sobre la base de un conocimiento profundo del momento actual de una formación social, las contradicciones antagónicas y no antagónicas, objetivas y subjetivas, de grupos sociales heterogéneos y con historias diferenciales. Ese hecho político es el que está interpretado el presidente Gustavo Petro Urrego, en una sociedad dividida entre proletarios y burgueses arribistas que viven de la corrupción, el contrabando, el narcotráfico, en fin del estiércol de diablo: la codicia.
Comentarios