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Foto del escritorRedacción

FALLECIÓ UN ETERNO LIBRERO DE PROFESIÓN

JAIRO RAMOS ACEVEDO

Escritor vallecaucano


En esta semana falleció uno de los personajes más genuinos y conocedores del arte de ser librero, Felipe Ossa, gestor y administrador de la permanencia de unos de los centros culturales más emblemáticos de Colombia: La Librería Nacional


Para los amantes de los libros, era el punto de referencia y el lugar predilecto para nutrirse de conocimiento. En los anaqueles distribuidos adecuadamente y por secciones, en un lugar cómodo era fácil encontrar el libro predilecto y anhelado por el lector. 


Desde hace más de ochenta años de funcionamiento, era obligatorio visitar para comprar cualquier texto publicado de diferentes materias. Era un deleite adentrarse en ese mundo inasible de la imaginación. "Ser un buen librero es amar los libros. El librero tiene interés por la cultura, por el conocimiento y el acontecer del mundo", comentaba, en reuniones privadas Felipe Ossa mientras recordaba con nostalgia su llegada por primera vez a la Librería Nacional con sede en Cali en 1963. 


La Librería Nacional cumplió más de 80 años, consolidándose como una de las más importantes del país. Fue fundada en septiembre de 1941 en Barranquilla por don Jesús María Ordóñez Salazar, en unión con Pedro Pablo Salcedo y Rafael Pinedo Salcedo. Ordóñez, santandereano de nacimiento, se había iniciado en la profesión de librero en La Habana, Cuba, en la librería La Moderna Poesía, una de las más famosas y reconocidas de Latinoamérica, de la cual fue su administrador. 


Muchos lectores y escritores, que tuvieron el privilegio de conocer al decano de los libreros de Colombia, después de su exitosa labor, hoy la Librería Nacional es reconocida actualmente como la mejor librería del país. "Pienso que, para ser un buen librero, se requiere una gran vocación de servicio, de comunicar, de sugerir, de aconsejar. El librero se convierte en un farmaceuta, que provee, como dirían los egipcios, la medicina para el alma, que son los libros", sostuvo. 


Pero no solo tuvo esa virtud especial, sino que era un excepcional conversador de arte, literatura, poesía, y otras ciencias ocultas. Entre sus escritores y obras favoritas estuvo Salambó de Gustave Flaubert, Los Buddenbrook de Thomas Mann y Sin Remedio, del fallecido escritor colombiano Antonio Caballero y El Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, además de admirar la poesía de Meira Delmar y de Antonio Machado. Sin embargo, con contundencia afirma que, si tuviera que escoger a un solo autor de su predilección, elegiría al escritor búlgaro Elias Canetti, de quien dice tiene todas sus novelas. 


Una vez, en una charla amena en la cafetería, ubicada en el segundo piso, de la Librería nacional de Cali, me contó que, en sus comienzos, la Librería Nacional propuso el modelo de autoservicio, contrario a las más tradicionales tiendas de libros de su tiempo, que se imponían frente al público con una barrera infranqueable de un vendedor que, frente al mostrador, le impedía al cliente llegar al anaquel y donde el libro se mostraba distante del posible comprador. 


Ese sistema de autoservicio no lo ofrecían ni siquiera en los almacenes de cadena. Fuimos pioneros en acercar el libro al lector”, sostuvo. Además, con un modelo funcional de muebles puestos a disposición del público, la tienda liberó el espacio adecuado para que los clientes tuvieran acceso directamente al libro, con una altura apropiada para mayor comodidad y se exhibían de frente y de forma atractiva los títulos de las diferentes temáticas, propiciando una camaradería con el lector que ahora podía pasearse por entre las hileras de los muebles y filas de libros hojeando y leyendo libros sin que nadie lo molestara. 


Pero lo verdaderamente moderno y atractivo de la Librería Nacional, fue la propuesta de una cafetería que se diseñó especialmente para funcionar dentro del establecimiento. Hasta entonces, esto era algo absolutamente novedoso e insólito, en el país se tenía la idea de que las librerías tenían que ser lugares solemnes donde no cabía ningún otro tipo de actividades y mucho menos cafeterías. Entonces allí, rodeado de libros y revistas, los nuevos clientes podían degustar un café o un helado. 


Felipe Ossa, El librero cuenta que, desde sus comienzos, la Nacional importó y distribuyó las revistas nacionales y extranjeras más destacadas de entonces, como Bohemia de Cuba, Caras y caretas de Argentina, Mundo Hispánico de España. Por el contrario, revistas americanas como Life, Time, Esquire, Collier, Saturday Evening Post, Playboy, National Geographic; revistas francesas como Paris Match, L'express y Magazine Littéraire; revistas alemanas como Der Spiegel; y también italianas, mexicanas, como Plural, y por supuesto, todas las colombianas conocidas. Y una muy importante: la revista Selecciones en español, siendo la Librería la que la distribuyó por primera vez en Colombia. 


Consolidada y posicionada la librería en Barranquilla, y después de incursionar en otras ciudades del Caribe como Santa Marta y Cartagena, se vislumbraron otros horizontes más amplios para La Nacional. Y así fue como en Cali, el 6 de octubre de 1961, en el marco de la Plaza de Cayzedo, se abrió la primera sucursal de la Librería en esta ciudad. Actualmente, cuenta con siete sedes. Así expandida en toda Colombia, permitió que muchos intelectuales concurrieran a la Librería Nacional, para encontrarse con amigos e incluso novias y prometidas. Era y es sin duda el epicentro de la cultura del país y el fallecimiento de Felipe Ossa, deja un inmenso vacío y un dolor lacerante en el corazón para aquellos que tuvimos el honor de compartir muchos días de conversaciones inmemorables en Cali y Bogotá. No podemos olvidar que, desde su infancia, que transcurrió en Buga, Valle del Cauca, Ossa, bogotano de nacimiento, estuvo vinculado con la literatura y los libros. Su padre lo acercó a la que fue su gran pasión a lo largo de su vida, los cómics y las historietas. En Buga tomó clases de dibujo para ser ilustrador e historietista, pero dejó este oficio para disfrutar de lleno su vocación hacia los libros. Su padre, también librero de profesión, lo guió en ese camino de la virtud humanista. Paz en la tumba, apreciado amigo.

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