JAIRO RAMOS ACEVEDO
Abogado - escritor
Todo indica que el deporte favorito de la comunicación social es el chisme y el ocio; porque el uno sin el otro no podría existir. Las conversaciones que más importan en toda relación social es la de experimentar una cierta hilaridad cuando nos encontramos con un interlocutor, y lo primero que expresamos es que tiene un chisme para contar, y si a ese hecho peregrino le agregamos morbo, el diálogo se vuelve interesante.
La víctima de ese entramado, al final queda como una gallina desplumada. La honra – una virtud que en nuestro país ha desaparecido-, queda pisoteada y vulnerable, frente a la confrontación de la verdad.
Hoy los gimnasios deportivos privados, están de moda, no solo para mejorar el estado físico sino para ejercitar la lengua viperina y, que para algunos constituye vida social. El simple hecho de disponer de varias horas para ejercitar los músculos, constituye de por si un ocio contemplativo, donde impera el narcisismo.
Algunos consideran que el siglo XX nació la sociedad del ocio; pero estamos equivocados. Fueron los espartanos en la antigua Grecia, hace varios siglos quienes crearon las olimpiadas, los juegos más emblemáticos de la historia sobre la base del principio: “Si quieres la paz prepárate para la guerra”. Para ello había que vencer dificultades, e intentar ser “más rápido, más alto, más fuerte”.
Se recuerda también el adagio antiguo “mente sana en cuerpo sano”, que forma parte del ser y modo de ser de los pueblos, porque fincaron en la cultura física un punto de inflexión para ser mejores ciudadanos.
En la modernidad, las olimpiadas se mantienen y otros deportes se han mundializado - como el fútbol-, gracias a los medios de comunicación, aunque signados bajo la égida del llamado profesionalismo que no es otra cosa que el mercado financiero deportivo abanderado de nacionalismos.
Hoy en día se ha comprobado que el movimiento es parte fundamental de la salud, junto a una dieta adecuada y actividades de esparcimiento voluntario como la lectura, la música, la bicicleta y las artes. Las ciudades tienen ahora espacios donde los parques ofrecen oportunidades de recreación y descanso; las montañas -cercanas y lejanas- motivos para esforzarse para soñar en cumbres; y los lagos y mares, para intentar descubrir los horizontes. Joan Huizinga en su obra “Homo ludens” – “El hombre que juega” – tenía razón cuando marcó la impronta de la reflexión más alta sobre el juego como arquetipo de la cultura, de las artes, la política, la economía y la religión, inclusive.
Empero, los cambios planetarios que se observan en el siglo XXI, de la mano de las tecnologías, propician nuevos e inéditos escenarios y retos para el ejercicio del tiempo libre -invento americano-, y el ocio -patrocinado por los franceses-.
Se habla de una colonización del ocio porque los humanos estamos habitados -virtualmente- por herramientas y aplicaciones tecnológicas que nos deslumbran, a través de las cuatro pantallas: la televisión, el ordenador, el celular y el videojuego.
¿Tiempo libre enlatado? ¿Ocio pasivo? La liberación de estos subterfugios no será fácil. Lo más razonable es convivir con ellos, y no dejarnos imponer patrones de manipulación silenciosa desde fuera.
Nuestra estrategia es el discernimiento. En otros términos, hay que devolver al juego espontáneo y no lucrativo, su dignidad porque nos humaniza: recuperar el movimiento, la vida al aire libre y respirar aire puro (mientras se pueda). Que la lectura, la música, el ejercicio, la meditación y la conversación sean buenos motivos para recrear nuestras mentes y corazones. Y que seamos colonizados por la salud y la vida. Porque el ocio pasivo y activo, fincado sobre diálogos insulsos como los chismes que nos convierte en simple espectador de la mediocridad y nos esteriliza la mente, porque no reflexionamos sobre los aspectos fundamentales de nuestro devenir histórico, sino que vivimos de apariencias y falsas verdades sacadas del chisme.
Una muestra de esta realidad es que el médico, el odontólogo, el ingeniero, el arquitecto, el abogado, o cualquier otra profesión, usa un lenguaje técnico propio de su profesión, pero no investiga otros mundos del conocimiento; es parco cuando se enfrenta a un dialogo diverso y diferente; y para crear un ambiente de sinergia colectiva, apunta a una conversación basada en hechos faranduleros y en el sutil arte del chisme. Dejando inundado el ambiente de dudas e incertidumbre, y lastimosamente estos se propagan y corren como el viento, hasta llegar a oídos incultos, y lastimosamente, creen a pies juntos, esa versión de los hechos, y como eso lo dijo un profesional, esa noticia sin duda es cierta y verdadera, sin lugar a utilizar la duda metódica.
Por eso muchos colombianos piensan que el ocio y el chisme son instrumentos de la mediocridad. Solo cuando leemos un libro salimos de la ignorancia y nos permite reflexionar más sobre la realidad.
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