JAIRO RAMOS ACEVEDO
Escritor vallecaucano
Sangre, poder y política: el desconocido papel del Circo romano como termómetro económico, social y político en el centro del mundo romano, los juegos fueron mucho más que un espectáculo brutal y sofisticado, "eran la esencia de la Roma imperial", afirma el historiador Jerry Toner en la obra “El día que el emperador mató a un rinoceronte”.
A finales del 192 d.C. el emperador romano Cómodo ofreció 14 días de los juegos más lujosos, extravagantes y espectaculares que Roma había visto nunca. El primer día, él mismo abatió a un centenar de osos ante el delirio de un público entregado y tras días de más matanzas ingentes de animales, espectáculos teatrales y luchas con gladiadores -se calcula que Cómodo, primer y último emperador en hacerlo, bajó a la arena en más de 700 ocasiones-, la apoteosis de los festejos llegaría con su batalla contra un rinoceronte, animal exótico, casi mítico, cuyo complejo traslado a Roma era una muestra total del poder y la majestuosidad imperial.
"Un rinoceronte no es un animal fácil de matar ni siquiera con un rifle moderno. Solo podemos imaginar cuántas flechas y lanzas, o cuánta ayuda de otros, fueron necesarias antes de que Cómodo finalmente lograra abatir a la pobre bestia", describe Jerry Toner (Reino Unido, 1967), director de estudios clásicos en el Churchill College de la Universidad de Cambridge, que elige este estrambótico episodio para arrancar su apasionante y original ensayo, titulado “El día que el emperador mató a un rinoceronte” (Siruela).
Y es que el veterano historiador, experto en reconstruir la vida cotidiana de los lugares y gentes menos glamurosos del Imperio y autor de “Cómo manejar a tus esclavos” (La Esfera de los Libros), “Infamia” (Desperta Ferro) o “Sesenta millones de romanos” (Crítica), utiliza la figura desconocida de Cómodo como vehículo para defender la importancia de la vida lúdica (Los Ludi) en todas las esferas de la vida romana.
"Los juegos no eran un espectáculo frívolo de la sociedad romana: eran la sociedad romana, financiera, social y políticamente estaban en su centro, eran su esencia", sostiene el crítico historiador. "No fue una coincidencia que el Coliseo y el Circo Máximo estuvieran al lado del Palacio Imperial y pensar en ellos como un espectáculo de brutalidad, estupidez e inmoralidad es simplificar hasta el extremo un fenómeno multifacético y fundamental".
Pongamos, esta frívola realdad en un contexto. Nacidos alrededor del siglo IV a. C., en la frugal y estoica época republicana, los Ludi, originalmente de origen religioso y dedicados a los dioses, marcaban los otium, los días festivos, por oposición a los negotium, días laborables de cuyo nombre deriva nuestra palabra "negocio". Si a finales de la República (siglo I a.C.) los Ludi se repartían en 17 jornadas, en época de Cómodo, cuando ya cumplían un notorio papel político, eran nada menos que 135 días.
En contra de lo que se cree, en su mayoría comprendían carreras de carros, representaciones de batallas históricas y obras teatrales, celebrándose las hoy mitificadas luchas de gladiadores y combates de animales, apenas diez días al año. A lo largo de su dilatada historia estos juegos tuvieron paulatina mala fama, resumida en la famosa sátira del poeta Juvenal, que casi un siglo antes del reinado del hijo de Marco Aurelio escribió que "para satisfacer al populacho, los emperadores, principalmente, ofrecían panem et circenses (pan y circo)", acuñando la expresión hasta hoy.
Pero pese a esta ácida crítica a la demagogia imperial, Toner sostiene que estos espectáculos eran el marco de mucho más. “Tradicionalmente, los juegos se han considerado una expresión de las tendencias violentas y homicidas de Roma, pero es conveniente no caer en anacronismos", advierte el historiador. "Roma era una sociedad en la que la brutalidad formaba parte inseparable del sistema jurídico y socioecónomico, basado en la esclavitud. En una sociedad tan dominada por la masculinidad, tan militarista y jerárquica, la violencia era un medio perfectamente adecuado para remachar el orden.
Casi cualquier romano de a pie los veía como algo positivo, como un espectáculo civilizado y sofisticado". En este sentido, el historiador analiza también su papel cultural y sociológico. "Tenían una función escénica, de muestra de poder, por ejemplo: el de reunir una ingente cantidad de animales exóticos -ciervos y perros de Britania, osos y lobos de la Galia, hipopótamos y cocodrilos de Egipto... - y de gente de todos los rincones del vasto Imperio, pero también didáctica, porque se enseñaba historia, costumbres y valores que construían comunidad" ¿Cuáles eran? "Las máximas de los gladiadores, lo que el público buscaba eran ideales como el honor, la valentía, el vigor masculino y la destreza militar, elementos todos de un relato que a los romanos les encantaba contarse a sí mismos".
Además, apunta el autor, los juegos supusieron "el hallazgo del concepto de ocio. En resumen, eran un fabuloso espectáculo civilizado y civilizador que procuraba a los ciudadanos la revolución del entretenimiento y la oportunidad de la cultura compartida". Eso, sin contar con su marcado papel político. "Si bien estos espectáculos entretenían al pueblo, también servían para difundir proclamas políticas, para que el público reunido hiciera reclamaciones o para que los gobernantes sondearan el apoyo y ganaran legitimidad. Eran el punto de conexión entre el emperador y los ciudadanos", explica el historiador Toner. "La multitud no era una masa pasiva, la formaban consumidores sofisticados cuya adhesión sincera resultaba necesaria a los emperadores para legitimar su gobierno. La multitud también tenía sus propios objetivos, y a veces se servía de los juegos para lograrlos".
Volviendo al personaje de Cómodo, además de su gran amor por los juegos y su peculiar papel como único emperador gladiador de la historia, lo que lo desprestigió a ojos de la clase dirigente -recordemos que los gladiadores eran esclavos-, no hizo nada que no fuera corriente en su mundo.
Pompeyo y Augusto ya habían llevado rinocerontes a Roma, en los juegos inaugurales del Coliseo, construido por Tito, murieron 9.000 animales, y en época de Trajano había unos 20.000 gladiadores, el 2% de la población masculina del Imperio. Sin embargo, Toner destaca que, peleado con el Senado y en plena espiral populista alimentada por varias conspiraciones, "Cómodo se proponía establecer a través de sus fastuosos ludi una nueva relación directa con su pueblo de la que quedarán excluidos los intereses de las élites tradicionales. Eligió hacerlo así, con clara intención política, porque estos festejos siempre habían estado ligados a la relación del emperador con su pueblo, se asentaban sobre el corazón mismo del proceso político imperial".
A juicio del historiador, este paso fue el que desembocó en su asesinato y el que cimentó la terrible fama histórica. Toner lo defiende aduciendo que, más allá de sus extravagancias lúdicas, las políticas de Cómodo, retratado como un tirano chiflado por el senador e historiador Dion Casio, se centraron en renunciar a las costosas y pírricas campañas militares que su padre Marco Aurelio había mantenido en la frontera danubiana, en sanear las maltrechas arcas estatales, en fomentar la distribución del grano a los pobres y en poner al día los salarios del ejército, base del poder imperial, lo que puso a la institución a favor del gobernante. No parecen los hechos de un tirano, ¿verdad?
Curiosamente, como señalaba en su seminal e insuperable Historia de Roma, el gran Indro Montanelli, todos los emperadores que se enfrentaron al Senado y subieron los impuestos y recortaron privilegios a las clases altas, como Nerón, Calígula, Domiciano y el propio Cómodo, terminaron defenestrados y retratados como locos homicidas y sanguinarios por sus biógrafos, los Tácito, Suetonio o Dion Casio, quienes, curiosamente, pertenecían justamente a esa aristocracia. Da mucho que pensar sobre la veracidad y objetividad de los hechos narrados por estos historiadores. Quizás nunca lo sepamos. Pero lo que deja claro este ensayo de notable y amena erudición, es que, igual en Roma al día de hoy, sólo con pan y circo -y con el amor del pueblo-, no es suficiente para gobernar.
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