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Disenso y ambientalismoDisertaciones del Crepúsculo



 Armando Palau Aldana

Abogado - periodista




El vocablo latino dissensus denota discrepancia o desacuerdo con decisiones u opiniones, es una de las expresiones de la libertad, como uno de los aseguramientos a los integrantes del pueblo para el ejercicio de su soberanía, es además, una de los fines y deberes de protección del Estado y razón de ser de las autoridades para garantizar el derecho a la libre conciencia, expresión y pensamiento, aprendizaje, prensa, y política.

Se dice además que a través del disenso como instrumento de participación ciudadana, se posibilita la objeción de conciencia y la desobediencia civil en las democracias modernas, como resistencia a obedecer imperativos jurídicos en virtud de dictámenes propios de conciencia a los que se llega a través de la duda razonable, como herramienta para la búsqueda y acercamiento a la verdad.

El disenso como palpitante posibilidad de construcción y creación del pensamiento, deviene y se consolida en la liberación del oscurantismo que imperó durante cuatro Siglos del medioevo, en que la expansión del cristianismo se logró a partir de la promulgación e imposición de la sumisión a la ignorancia en el temor al creador, superada por la ilustración con escritores como Hobbes, Locke, Rousseau, Kant, Descartes y Hegel

Aunque el disenso hace parte de la esfera individual de los derechos personales, ha sido el sendero para arribar a la defensa de los derechos colectivos concebidos como intereses difusos en la década de los años 70 del pasado siglo XX, desde donde emerge un activismo ambientalista que propende por la defensa del equilibrio de la oferta del entorno y la protección de fauna y la flora como recursos naturales renovables.

En este periplo los ambientalistas buscamos que la población tome conciencia sobre la importancia de luchar por sus derechos ambientales, puestos en franco deterioro por el modelo consumista alimentado por el capitalismo salvaje y su obsolescencia programada, sin titubeos con convicción y con estoicismo, asumiendo el hirsuto costo personal de desechar la comodidad de aproximarse a la farisea institucionalidad.

Aterricemos en el caso colombiano, donde la institucionalidad ha permanecido desde los tiempos de las luchas independentistas durante dos siglos, como una constante lucha de Bolívar, quien tuvo secretos y socarrones adversarios como Santander, quien en su tardío matrimonio rindió homenaje a la religión católica y a la moral pública, no obstante su férrea lucha por la separación de la iglesia y el Estado.
La institucionalidad ambiental, emerge desde los tiempos de creación del Instituto de los Recursos Naturales paralelo al de la Reforma Agraria en los principios de los 60, aupadas con la reforma constitucional del enano Lleras (1968) conviviendo con la falacia que pregonó el lema “la tierra para quien la trabaja” mientras adjudicaban baldíos a los ganaderos que lograron la potrerizaron con el desplazamiento campesino de miles de tierras.

Desde aquellos tiempos, una elite tecnócrata se mueve entre un discurso de cuestionamiento y la consultoría al alto gobierno, dificultando la ruptura del establishment, ese soterrado grupo de poder establecido que subsiste en la institucionalidad ambiental colombiana y que logra beber de las mieles del poder, cuestionando a quienes tenemos el coraje de desenmascarar y enfrentar a toda esa caterva de calandracos infames.

Consientes que el disenso es creador e implica convicción, dedicación, disciplina y lucha permanente e indeclinable, seguiremos avante por el sendero sorteando las encrucijadas que depara Eleguá, porque insistimos que: “Uno, busca lleno de esperanzas / el camino que los sueños / prometieron a sus ansias... / Sabe que la lucha es cruel / y es mucha, pero lucha y se desangra / por la fe que lo empecina...” (Discépolo y Mores, 1943).




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