En el fragor de las campañas políticas, donde las promesas resuenan como ecos vacíos y los intereses personales se disfrazan de agendas públicas, Colombia enfrenta un desafío estructural: la ausencia de un liderazgo ético que ilumine el camino en medio de la tempestad. No se trata de adornos retóricos ni de gestos oportunistas, sino de una brújula moral que trascienda las urnas y defina el verdadero legado de quienes aspiran a gobernar.
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