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¿Nos están cambiando al Ejército?

Por Rubén Darío Valencia

Periodista - ex director del Qhubo


Lo primero que hay que decir es que nuestro Ejército Nacional es el mismo, en línea de continuidad de tiempo, que formó el general Simón Bolívar para libertar a la América colonial. Es el mismo de las Campañas del Sur que hicieron libres a Ecuador, a Bolivia y a Perú con sus compañías heroicas de Juanambú, Pichincha y Junín; la tropa harapienta que cruzó el Chimborazo y de la que surgió, entre muchos otros, un valiente coronel, Juan José Rondón, al mando de los bravos lanceros llaneros, y quien selló para siempre la emancipación patria empujado por el grito iluminado de Bolívar: “¡Coronel, salve usted la patria!”. 

Es el mismo Ejército moderno, ejemplo de valentía, capacidad estratégica y de combate que hoy admiran en el mundo, y en cuyos libros de campaña están inscritas gestas inmortales como la Operación Jaque, Operación Fénix, Operación Sodoma, entre otras, consideradas históricas en el mundo.

Pese a hechos lamentables y dolorosos, impetrados por mandos que mancharon su honor y su gloria militar como los llamados ‘falsos positivos’, el Ejército de Colombia es quizá la institución más querida y respetada por los colombianos dado su talante altamente profesional, respetuoso y garante de la constitucionalidad del país. Mientras en América Latina las dictaduras tienen cuentas sin fin, nuestro país ha estado vacunado contra estos caminos oscuros gracias, precisamente, a nuestros militares.

Embarcados en fallidos procesos de paz con sus más mortales enemigos del pasado, las Farc, desde el gobierno de Juan Manuel Santos, se ha querido cambiar su doctrina fundamental y quebrar su espíritu institucional, como si el Ejército de Colombia fuera el culpable, el enemigo y no otros. Se le ha dejado vulnerable, se le ha debilitado en la inteligencia, en la dotación y en la moral de cuerpo. El único que pierde en la guerra, ganándola.

Hoy, los soldados de la patria son permanentemente atacados, vilipendiados, humillados, secuestrados, expoliados, asesinados en posición de reposo por comunidades instrumentalizadas y por fuerzas delincuenciales tratadas, estas sí, con respeto, sin capacidad de reaccionar, amenazadas y perseguidas judicialmente, sin gasolina en los carros, sin aviones operativos. Un ejército destituido de su gloria y convertido en un paria institucional, en un señalado social.

En esta presidencia, estos hechos se han agudizado, se han vuelto un plan de gobierno. Poco a poco vemos cómo el equipo militar no sólo se hace obsoleto, sino que se deteriora, los aviones se quedan varados en los hangares por falta de mantenimiento y los que logran volar se caen fatigados mecánicamente. Los recortes a su presupuesto los deja sin material de intendencia, sin transporte, sin movilidad estratégica. Su inteligencia está desarticulada, la memoria y la experiencia militar fue arrasada en una purga histórica y sin parangón en otro ejército de la tierra.

Los comandos élite como las Fuerzas de Tarea Conjunta Quirón, Omega, Marte, Vulcano, Titán, equipos creados para combatir con más eficacia y potencia de fuego a los enemigos de la paz del país, quedaron desamparadas en el campo de batalla, sin apoyo aéreo cercano, sin coordinación de inteligencia militar, sin cobertura en la retaguardia, un retroceso estratégico sin más explicación que la de debilitar gravemente las capacidades del Ejército.

Ahora, el Presidente Gustavo Petro saca de la primera línea del combate a los ingenieros militares, los que hacen puentes claves, los que construyen vías para el paso de las tropas, los que trazan taludes, los que, en otras palabras, hacen posible la infantería. Esto debilitará la capacidad militar de llegar a cualquier lado de la agreste geografía nacional, en esa Colombia profunda donde se esconden, matan y se enriquecen los bandidos.

Flaco favor a la patria, un enorme regalo a los enemigos.

Se entiende que el Presidente esté pensando en que ya estamos en paz, y que nuestro Ejército debe transformarse para asumir otros retos para la nación (tiene batallones enteros haciendo eras y sembrando matas, altruista pero equivocado). Lo que uno tiene que preguntarse ante este desmantelamiento ya no tan silencioso, tan poco estructural y sin norte, es: ¿cuál paz? Los enemigos siguen asesinados soldados y líderes sociales, convocando paros armados nacionales, ‘traquetiando’, violando niños, corrompiendo instituciones y reclutando decenas de jóvenes atrapados entre la pobreza, la delincuencia y la ignorancia.

No, señor Presidente, todavía necesitamos a nuestro Ejército Nacional, a nuestra Policía, a nuestra Fuerza Aérea, a nuestra Armada fuertes, con la moral en alto, bien dotadas y respaldadas institucionalmente. Porque si aún viviera el general Bolívar, ese que usted dice tanto admira, le diría: “¡Señor Petro, aún la patria no está a salvo!”.

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