JAIRO RAMOS ACEVEDO
Escritor vallecaucano
La ciudad de Cali a principios de los años ochenta, después de adelantar estudios superiores en la Universidad Externado de Colombia, obteniendo el título de abogado especializado en derecho Administrativo, por alla en el año 1983, en compañía del iconoclasta Doctor Hugo Pérez Rengifo, líder innato del partido liberal, y seguidor furibundo del jefe político Marino Renjifo Salcedo y de Gustavo Balcázar Monzón, me enamore de esta ciudad.
Aunque había nacido, en Cali, muy niño me llevaron a vivir a Tuluá, en una época en que la desgracia se había cernido sobre la ciudad, tres meses después de la explosión del 7 de agosto de 1956, fecha funesta en que fallecieron muchas personas y los barrios San Nicolas y el Obrero se convirtieron en cenizas, Cali en un cementerio insepulto y todos se vistieron de luto.
Mi familia vivía cerca de la carrilera del Ferrocarril del Pacífico, en el barrio Benjamín Herrera, en las afueras de aquella villa que aún no había alcanzado la fisonomía de ciudad. El temblor telúrico fue de espantó, las ventanas y las puertas se abrieron, el granero que tenía mi padre, en el Barrio Obrero, fue saqueado por la muchedumbre de zarrapastrosos que corrían desorientados por las calles adyacentes, gritando de pánico, el estallido de los camiones del ejercito cargados de pólvora, fue a la una y cinco de la mañana, de aquel día aciago para la historia de Colombia.
En ese barrio de asentamiento humano de trabajadores de diferentes empresas y fabricas inauguradas en el año 1945, fue el epicentro del despertar de una generación de jóvenes inquietos, conscientes en mejorar las condiciones de vida de la familia. La mayoría de las casas del barrio Obrero que se mantuvieron en pie, después de la devastación, conservaron su arquitectura de techos de zincs, paredes de bahareque, de un solo piso, fachada integrada de una ventana de madera y un corredor interno que llegaba hasta el patio y la cocina, integrada de muchas alcobas.
Formado por calles polvorientas, una que otra pavimentada y un parque principal, un barrio rodeado de casas de lenocinio, cantinas y tiendas. En esa atmósfera de subcultura popular enrarecida, nació Umberto Valverde en 1947, quien con sacrificio supo sortear con estoicismo las incomodidades económicas de la familia.
Desde muy joven se aficionó por el futbol callejero, las radionovelas que se trasmitían a las cinco de la tarde, y en leer los folletines que el papá llevaba a la casa, especialmente de temas sindicales. Desde aquella época de su pubertad, Umberto empezó a destacarse por su interés por los asuntos culturales de la ciudad, terminado su bachillerato, de inmediato decidió estudiar en la universidad Santiago de Cali, la carrera de derecho, cuando estaba ubicada en la avenida sexta.
No fue un estudiante brillante, pero mantuvo un vivo interés por el mundo cultural. En forma autodidacta, en las tardes salía con algún libro prestado de la biblioteca de la universidad, directo al restaurante los Turcos, lugar que ofrecía exquisitos platos árabes y ameno para dialogar y leer; además, era el sitio predilecto de los intelectuales universitarios y profesionales de la época.
Un día estando en compañía del Senador Armando Holguín Sarria, tuve la oportunidad de conocer al inefable escritor, quien, para ese año, era columnista del periódico “El Pueblo”, y había publicado en colecciones de COLCULTURA, un libro de cuentos titulado “En Busca de tu Nombre”, ediciones que dirigía nuestro inolvidable amigo Juan Gustavo Cobo Borda. Luego, vinieron otras publicaciones como “Bomba Camará”; otra de sus obras destacadas encontramos: "Colombia, tres vías a la revolución".
Valverde se convirtió en un cronista de la vida cotidiana del barrio Obrero y de Juanchito, capturando sus realidades, luchas y alegrías y miserias.
En horas de la mañana del lunes 23 de septiembre de 2024, se conoció la muerte del escritor y periodista caleño Umberto Valverde a la edad de 77 años. El autor se encontraba internado en la Clínica Comfenalco de Cali.
Umberto Valverde, vivió con frenesí, y después de obtener el título de abogado, se dedicó a la actividad periodística en la revista cultural Extravagario, suplemento literario del diario “EL Pueblo”, y posteriormente dirigió el periódico universitario “La Palabra”, y estudio literatura en la universidad del Valle; es decir, adquirió el oficio de ser periodista empírico sin título profesional, y paulatinamente fue abriendo camino hasta darse a conocer internacionalmente, por escribir la biografía de varias figuras de la música, como “Celia Cruz: reina rumba” y “Jairo Varela: que todo el mundo te cante”, fundador y director del Grupo Niche.
Además, era apasionado por narrar la historia de la capital del Valle del Cauca, haciendo énfasis en sus experiencias vividas en el barrio Obrero, donde nació su amor profundo por la salsa. De sus vivencias personales, pudo escribir la novela “Quítate de la vía Perico”, y durante muchos años de manera semanal sacaba una columna en el diario “Occidente”, periódico donde también escribía yo los domingos una página entera, sobre temas de actualidad y en el suplemento Dominical.
En eso ajetreos de la vida cultural de la ciudad y de ebriedad social, muchas veces coincidimos, pero nunca tuvimos una relación de amistad, por el contrario, parece que tenía animadversión contra mí; al punto que cuando la universidad libre abrió un concurso de cuento, yo participé, y dentro del jurado aparecía Valverde, quien mando a hacer dos diplomas, marcados con mi nombre ambos, donde ocupaba el primero y segundo lugar; porque solo antes de dar el resultado, el jurado ignoraba mi nombre porque yo había participado con un seudónimo; de tal modo que, al otorgar el primer lugar, el jurado había escogido mi cuento, pero al abrir el sobre se dio cuenta quién era el autor del escrito; es decir, que al percatarse del nombre del participante, convenció a los otros miembros a que se me otorgara el segundo lugar.
Y, cuando me vio dentro del auditorio, esperando el fallo, inmediatamente acordó que el primer premio fuera para otro escritor y el segundo puesto para mí. Al llegar al atril para agradecer el otorgamiento del premio honorifico, inconscientemente, dejé mi diploma en un cajón vacío que existía, al terminar mi disertación y cuando extraje el diploma me encontré con otro diploma: en uno aparecía como ganador ocupando el primer puesto y otro con el segundo lugar.
Esta anécdota, curiosa, sirve para conocer el talante humano de un escritor que ladinamente buscó siempre congeniarse con la familia Rodríguez Orejuela, al punto que, los convenció para que el equipo de futbol América de Cali, tuviera una revista deportiva. Fue así que durante varios años fungió como director de la misma y así pudo viajar por varios países a cubrir las jornadas de eliminatorias del equipo.
En los últimos años, presto sus servicios profesionales como comunicador social en METROCALI. Los más cercanos amigos no lo llamaban por su nombre de pila sino por su apodo “El enano” Valverde; porque era de estatura baja, contextura gruesa, pausado en el hablar, ya que tenía un defecto: era “gago”; y también sufría de alopecia prematura.
Otros afirman que se ganó la fama de caza peleas porque siempre iba en contraposición de lo que pensaban los demás. Al paso de los años, Umberto Valverde se fue quedando solo, sin el apoyo económico de los Rodríguez, esta situación fue afectando su estado emocional y físico, y no volvió a publicar libros; esto debido a que nadie sabía entre el escaso círculo de amigos, que estaba frecuentando un centro de salud.
Hasta el año 2019, Umberto Valverde fue el director artístico del museo Varela, donde tenía como objetivo explicar todas las facetas de Jairo Varela. La característica esencial de sus escritos es que fue monotemático: solo hablaba de música y de futbol. Su vida y la mía fueron como dos lín
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