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La violencia nunca es la respuesta

  • Foto del escritor: Redacción
    Redacción
  • 14 nov
  • 2 Min. de lectura
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En estos días hemos visto con preocupación cómo la rabia política empieza a salirse de

control. Un grupo de personas atacó violentamente a la gobernadora del Valle y, más allá de

si uno está de acuerdo o no con su gestión, nada de esto puede justificarse. No hay molestia,

enojo ni frustración que dé derecho a levantar la mano contra nadie.

Nos hemos acostumbrado a pensar que el poder político es una especie de campo de batalla,

pero no lo es. Quienes gobiernan, nos gusten o no, fueron elegidos en las urnas; y si no

estamos conformes, ahí están las vías democráticas: la protesta pacífica, el voto, el debate.

Lo que no puede ser es que la violencia se convierta en la forma de expresar el desacuerdo.

Porque cuando alguien ataca a un gobernante, no está golpeando solo a una persona: está

golpeando las reglas que nos permiten convivir como sociedad. Y si esas reglas se rompen,

todos perdemos.

No hace falta aplaudir ni defender a nadie para entender algo simple: la violencia política

nos degrada como país. No hay democracia posible si no aprendemos a discutir sin agredir,

a disentir sin odiar.

Podemos criticar, exigir, señalar y hasta indignarnos. Todo eso es parte de la vida

democrática. Pero cruzar la línea hacia la violencia solo nos deja un país más dividido y

más herido. Y, sinceramente, ya tenemos suficientes heridas como para abrir más.

Como abogada, gestora cultural y sobre todo como mujer, no puedo dejar de señalar la

profunda contradicción que revelan ciertos actos de “protesta” convertidos en agresiones

simbólicas. Dejar frente a la Gobernación un muñeco grotesco, una “rata” con pelo amarillo

destinada a ridiculizar a la gobernadora del Valle, no es un gesto político ni un ejercicio

crítico: es la expresión más básica de la misoginia disfrazada de inconformidad. Quienes

recurren a estos recursos no buscan el debate ni la construcción de soluciones; buscan

aplausos fáciles a costa de ofender a una mujer que ejerce su cargo con trabajo y

responsabilidad. Resulta evidente que, de tratarse de un gobernador hombre, difícilmente

veríamos este tipo de burlas que atacan lo personal antes que lo público. La democracia

necesita voces firmes, sí, pero también respetuosas; la crítica debe elevar la discusión, no

degradarla.

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