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La medicina en crisis: Cuando salvar vidas cuesta la propia



En los últimos tiempos, un fenómeno alarmante ha sacudido el mundo de la medicina en nuestro país: médicos jóvenes, cuya vocación es salvar vidas, están perdiendo las suyas propias debido a la presión insostenible que enfrentan en su formación y práctica profesional. Este hecho no solo revela una crisis en el sistema de educación médica, sino que también plantea serias preguntas sobre los valores y prácticas que rigen nuestra sociedad.

La medicina, una de las profesiones más nobles y necesarias, se ha convertido paradójicamente en un campo de batalla psicológico donde la tradición del maltrato se perpetúa bajo la errónea justificación de que "así nos formaron a nosotros". Esta cultura tóxica, especialmente prevalente en las especializaciones médicas, está causando estragos en una generación de profesionales que el país necesita desesperadamente.

El contraste entre la vocación de servicio de estos médicos y el trato que reciben es desgarrador. Por un lado, tenemos a profesionales comprometidos con salvar vidas, como lo demostraron heroicamente durante la pandemia de COVID-19. Enfrentaron no solo los riesgos de contagio y muerte, sino también la estigmatización social y la presión de tomar decisiones en un escenario de constante incertidumbre. Por otro lado, estos mismos profesionales se ven sometidos a un maltrato sistemático por parte de sus superiores y docentes, quienes parecen confundir la rigurosidad académica con la crueldad psicológica.

La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto tanto la importancia crítica de nuestros médicos como las deficiencias del sistema de salud y la preparación epidemiológica. Los médicos se convirtieron en la primera y última línea de defensa contra una amenaza que el mundo apenas comprendía. Sin embargo, en lugar de recibir apoyo y reconocimiento, muchos se encontraron lidiando no solo con el virus, sino también con el miedo y la desconfianza de una sociedad desinformada.

Ahora, cuando estos mismos profesionales buscan avanzar en sus carreras a través de especializaciones, se encuentran enfrentando una nueva batalla. En lugar de un ambiente de aprendizaje constructivo y de crecimiento profesional, muchos residentes se ven inmersos en un ciclo de abuso psicológico justificado como "tradición" o "formación de carácter". Esta situación no solo es éticamente cuestionable, sino que también es contraproducente para el avance de la medicina como ciencia y práctica.

Es fundamental reconocer que la medicina, como todas las ciencias, evoluciona constantemente. Las herramientas y conocimientos disponibles hoy permiten enfoques más eficientes y efectivos en la práctica médica. Sin embargo, parece haber una resistencia obstinada por parte de algunos educadores médicos a adaptarse a estos cambios, prefiriendo mantener métodos de enseñanza y práctica obsoletos y punitivos.

Esta crisis en la educación médica es un reflejo de un problema más amplio en nuestra sociedad: la dificultad para abandonar prácticas dañinas arraigadas en la tradición. Es imperativo que como sociedad reflexionemos sobre el costo humano de mantener estas dinámicas tóxicas. La pérdida de vidas jóvenes y talentosas en la profesión médica no es solo una tragedia personal, sino una pérdida incalculable para toda la sociedad.

Es hora de romper este ciclo de abuso. Necesitamos un cambio radical en la forma en que educamos y tratamos a nuestros médicos. Esto implica no solo reformar los programas de residencia y especialización, sino también reevaluar los valores que transmitimos en la formación médica. La excelencia y el rigor pueden y deben coexistir con el respeto, la empatía y el cuidado de la salud mental de quienes se dedican a cuidar la salud de los demás.

El desafío es claro: debemos construir un sistema de educación y práctica médica que no solo produzca excelentes profesionales, sino que también preserve su humanidad y vocación de servicio. Solo así podremos asegurar que aquellos dedicados a salvar vidas no tengan que sacrificar las suyas en el proceso. Es una transformación necesaria no solo para el bienestar de nuestros médicos, sino para la salud y el futuro de toda nuestra sociedad.

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