en la comunicaciones de su administración. Lo que debería haber sido un ejercicio de democracia participativa y rendición de cuentas se convirtió en un evento restrictivo y cuidadosamente orquestado, dejando un sabor amargo entre los ciudadanos que esperaban un diálogo abierto y honesto con su mandatario local.
La decisión de limitar la asistencia a presidentes de organizaciones de representación ciudadana, excluyendo a otros líderes comunitarios y la ciudadanía en general habitantes de esa comuna, es un claro indicio de una administración que teme enfrentar el descontento popular. Esta actitud no solo contradice los principios de gobierno abierto que el alcalde Eder prometió durante su campaña, sino que también socava la confianza de una ciudadanía que votó masivamente por un “Revivir a Cali” en la forma de hacer política.
Es particularmente preocupante la justificación ofrecida por la administración de que "apenas estamos arrancando" después de siete meses de gestión. Esta excusa no solo es insuficiente, sino que también revela una falta de preparación y planificación alarmante. La curva de aprendizaje en la gerencia pública no puede ser una excusa para la acción diligente, especialmente cuando la ciudad enfrenta problemas urgentes que requieren soluciones inmediatas.
Sin embargo, el punto más crítico de esta visita fue la declaración del alcalde sobre la recuperación del corredor de la calle 26 desde la autopista Simón Bolívar en la que se destaca sector del Planchón en la Galería Santa Helena. Al atribuirse el mérito de un trabajo realizado por líderes comunitarios, de los barrios circundantes durante los últimos meses, el alcalde Eder no solo demostró un profundo desconocimiento de las dinámicas locales, sino que también cruzó una línea ética al apropiarse indebidamente del esfuerzo comunitario.
Este acto de apropiación oportunista es particularmente grave porque desconoce y desvaloriza el trabajo incansable de líderes como Carlos A. Arias conocido cariñosamente como “La Lora”, presidente de la junta de acción comunal del barrio el Jardín; Edwin Pulgarin de la Esperanza; Lucy Uribe Carrillo del barrio Boyaca; y Walter Quintana de Aguablanca quienes con recursos limitados y mucha determinación ha logrado transformar un foco de delincuencia en un espacio recuperado para la comunidad y la ciudad. La labor de un alcalde no es adueñarse de estas iniciativas ciudadanas, sino reconocerlas, apoyarlas y potenciarlas.
La actitud del alcalde Eder en este evento refleja una preocupante tendencia a priorizar la imagen sobre la realidad. En lugar de reconocer humildemente el trabajo de los ciudadanos y ofrecer el apoyo institucional para fortalecerlo, optó por un oportunismo político que erosiona la confianza en su administración.
Es comprensible que algunos líderes comunitarios, vinculados de alguna manera con la administración, se vean obligados a guardar silencio por temor a represalias. Sin embargo, esta situación solo subraya la necesidad de una mayor transparencia en la gestión municipal.
La ciudadanía de Cali merece un liderazgo que no solo reconozca sus esfuerzos, sino que también los potencie. El alcalde Eder debe entender que su papel no es competir con las iniciativas ciudadanas, sino crear un entorno en el que estas puedan florecer y multiplicarse.
Es clave que la administración municipal rectifique su rumbo. Debe abandonar las prácticas de exclusión y apropiación indebida de las acciones comunitarias, y adoptar un enfoque de gobierno verdaderamente participativo. Solo así podrá recuperar la confianza de una ciudadanía cada vez más escéptica y cumplir con la promesa de "revivir a Cali" que lo llevó al poder.
La verdadera medida del éxito de un alcalde no está en los logros que puede atribuirse, sino en la capacidad de empoderar a su comunidad y crear un ambiente donde las iniciativas ciudadanas puedan prosperar. Es hora de que el alcalde Eder demuestre que entiende esta diferencia y actúe en consecuencia. El futuro de Cali depende de ello.
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