JAIRO RAMOS ACEVEDO
Abogado - escritor vallecaucano
Estamos a mitad del camino del periodo presidencial, y algunos llegan a afirmar que la paz total anhelada por Gustavo Petro no podrá alcanzarse, en estos dos años que faltan; otros más críticos pero optimistas en caso de lograrlo, señalan: ¡Pero a qué precio! Los grupos insurgentes como las otras organizaciones delincuenciales están arruinado, desangrado, devastando el territorio nacional con una terrible guerra civil que ha llevado la violencia a sus propios hogares, sin que la fuerza pública los haya amedrentado o exterminado.
El Presidente está orgulloso de haber agendado la paz total como un anhelo supremo de su gobierno, pero los escollos son tan variados y complejos que cada vez que intenta una estrategia para debilitar a esos grupos insurgentes, alguna circunstancia imprevista lo impide, llegándose a pensar que va a llegar exhausto al final de la guerra y del mandato.
Cuatro años de maniobras, de negociaciones, de luchas internas, militares y políticas han ido debilitando su salud, de por sí bastante precaria. No olvidemos que tuvo que ser tratado en Cuba de un quiste cancerígeno. Muchos colombianos no comprenden de que ya estamos hastiados de tantos crímenes, masacres, de este conflicto atroz.
Es sospechoso pensar que el gobierno de Estados Unidos, en su ayuda de cooperación internacional contra el narcotráfico, no organice un bloqueo continental para que el comercio de armas solo opera entre Estados exclusivamente y no se permita el suministrar de armas a los grupos insurgentes, ni que opere el comercio negro de insumos necesarios para el procesamiento de la cocaína.
Todo parece indicar que Gustavo Petro, después de esa maratónica jornada realizada dentro de las conferencias de la cn Cali, se encuentra cansado, extenuado, al igual que el país, que no ha podido salir del intrincado conflicto mortal.
Desde hacía mucho tiempo, su constitución física es frágil. Al fin de cuentas, las personas más cercanas al círculo familiar señalan que, el Presidente no pasa un año de su vida sin estar enfermo: sufre de una hipocondría permanente –con justicia al parecer- pero igualmente de depresión crónica.
Los amigos que lo conocen muy bien, afirman que diariamente lucha contra su naturaleza melancólica y proclive a la tristeza usando su arte de relator. En las veladas, no tiene quien lo iguale en contar historias graciosas y salaces y es el primero en reírse de ellas. Cuando quiere escaparse del ambiente mortífero de la Casa de Nariño, se dirige a su residencia en el Norte de Bogotá, para sentirse cómodo y aislado de tanto chisme torticero y enredos políticos como de noticas perversas.
Debemos advertir que a pesar de la estura pequeña, es un verdadero Estadista, donde el destino no le ha ahorrado nada. Ha sido siempre combativo, desde la adolescencia, contra los elementos hostiles o los golpes de suerte. Llevó a cabo varios oficios antes de convertirse en economista de la Universidad Externado de Colombia y conoció períodos difíciles, durante los cuales el ingreso de dinero fue aleatorio. Fue un hombre errante en la selva, cuando militó en el M-19. Cuando los militantes aceptaron la tregua de un cese al fuego y la entrega de armas, bajo la promesa de una amnistía del gobierno, la tristeza lo invadió y no lo dejaría jamás.
Convertido en economista, rehace su vida pública al ser elegido concejal de Zipaquirá, y a partir de ese momento tendrá una brillante carrera política en el Congreso de la República, llena de obstáculos, pero siempre pensando en que en algún momento de su vida podía llegar a la Presidencia, y con persistencia y audacia lo logró. La muerte, la angustia y la melancolía han sido siempre sus eternas y mórbidas compañeras. Al acercarse a los 64 años de su vida, Gustavo Petro ha recibido muchas amenazas de atentado.
Es una lista muy precisa que él mismo mantiene al día, en un sobre con la leyenda "Asesinato", meticulosamente guardado en un cajón de su escritorio. "En caso de que me maten, confieso que, no puedo morir más que una vez. Pero vivir con el miedo permanente a esto, es morir una y otra vez, indefinidamente…", frase recogida sin duda de Abraham Lincoln, expresidente de los Estados Unidos.
Las fases de angustia suceden a los bellos sobresaltos de energía, las remisiones de las enfermedades y los períodos de crisis… Así va la vida de Gustavo Petro, como ritmada por un péndulo que se burla de los humores y los sufrimientos. La mente ecuménica que exhibe Petro en cada discurso – obliga a pensar y reflexionar a la oposición ciega y torpe -.
Es un orador nato que se inspira no solo en los problemas domésticos sino universales, y con la facilidad de un clarividente se adentra en la historia con locuacidad encontrando las justas palabras. En la mitad de este camino culebrero, uno se pregunta: ¿Cómo un hombre tan debilitado psíquica y físicamente puede sortear tanta maldad y odio y luchar para sacar adelante tantas reformas que el pueblo exige?
Nadie cuestiona un balance político positivo en un período tan corto: la defensa con uñas y dientes de las reformas de tipo social, la búsqueda de una paz total y el lanzamiento de una reforma agraria integral, que permita a cada campesino adquirir varias hectáreas y recuperar aquellas que fueron usurpadas a la comunidad indígena y afrocolombiana.
Para algunos biógrafos, es justamente esta constitución débil la que empuja al hombre hacia sus límites más extremos, como si su tiempo estuviese contado. Y su hábito de soportar los golpes bajos del destino forjaron sin duda su mentalidad (se puede hacer un paralelo con el expresidente de la Casa Blanca, Franklin Delano Roosevelt, quien tuvo que enfrentar desafíos igual de inmensos), pero nunca una jauría desaforada como la que representa la oposición en Colombia. Desde ese punto de vista, la propensión depresiva de Petro a ver las cosas negras va a revelar una ventaja.
Su vida interior atormentada, las crisis atravesadas, las victorias obtenidas sobre sí mismo lo han preparado mentalmente para enfrentar lo peor y sobrevivir a ese apetito ciego de poder que la oligarquía colombiana pretende arrebatar con golpes blandos.
Para algunos pensadores, su estado psíquico y físico tiene sin duda algún impacto sobre su forma de pensar y tomar decisiones. Dominar su cuerpo y su espíritu, aprender a domesticarlos, reclamarles lo mejor a fin de cumplir el destino que la Providencia ha querido darle: he ahí los principios que animan la permanencia del carácter de Gustavo Petro.
A pesar de todo ese enjambre de avispas que representa el periodismo amarillista, el fantasma que ronda en la Casa de Nariño, en la soledad de la alcoba el Presidente ¿Teme por su vida? Está persuadido desde hace tiempo de que no morirá de muerte natural. "No duraré mucho una vez terminado el mandato de gobierno…", acostumbra a decir mentalmente.
Muy intrigado por los sueños, había relatado uno de ellos, a un cercano amigo, muy preciso, en el cual erraba como un fantasma en la Casa de Nariño recubierta de banderas fúnebres e invadida por el llanto… Intrigado, terminó entrando en un salón, en el cual vio un cadáver, custodiado por soldados. "¿Quién ha muerto?", pregunta. "Es el Presidente, le respondían. Fue asesinado". Extraño sueño, cuando se piensa en los jefes de Estado norteamericanos asesinados en funciones, como Garfield, McKinley y Kennedy.
Aunque Petro está convencido de que el sueño no evocaba su propia muerte, no hay duda de que éste debió sacudir a un hombre que ya siente cansancio en su cuerpo y que se ha venido debilitando por el stress que debe aguantar permanentemente. Que se marchita su alma de tolerancia. Que la fatalidad del enfrentamiento directo del ejército con los grupos armados al margen de la ley es inevitable.
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