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El tren de cercanías: cuando el Valle del Cauca pierde por intereses personales

  • Foto del escritor: Redacción
    Redacción
  • 10 nov
  • 4 Min. de lectura

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Los trenes de cercanías, tal como evidencia la experiencia europea y asiática,

entre otras, se diseñan para conectar ciudades con polos industriales y

comerciales, facilitar la movilidad pendular y reducir la presión sobre los sistemas

de transporte urbano. Según la Agencia Internacional de Transporte Público

(UITP), más del 70% de los viajes diarios en los trenes suburbanos del mundo

corresponden a trabajadores que se desplazan hacia zonas industriales. Ese es su

propósito: mover pasajeros de manera eficiente, predecible y territorialmente

pertinente.

En el Valle del Cauca, sin embargo, el proyecto del Tren de Cercanías del Valle ha

evolucionado más al ritmo de los intereses políticos que al de las necesidades

reales de movilidad. La reciente negativa del Gobierno Nacional de firmar el

acuerdo de cofinanciación del 70% —unos $12,3 billones, según cifras del

Departamento Nacional de Planeación y del Ministerio de Transporte— destapó un

hecho innegable: el proyecto llegó a esa instancia lleno de improvisaciones y sin

un trazado totalmente resuelto.

Desde el punto de vista técnico, las incoherencias son evidentes. Solo en la

administración de Cali, el municipio ha comprometido cerca de $350.000 millones

para estudios y diseños, cifra registrada en el presupuesto municipal y revelada en

informes de la Alcaldía y el Concejo. Para una iniciativa que ni siquiera tiene

definido el trazado definitivo, ese monto resulta desproporcionado si se compara

con estándares internacionales: según el Banco Mundial, en sistemas ferroviarios

urbanos los estudios de factibilidad y detalle suelen representar entre el 3% y el

6% del costo total, pero en Cali ya superan ese margen sin que exista un proyecto

maduro.

A esto se suma la participación de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD),

presentada como cooperación internacional, pero que en realidad —según

informes de la misma entidad— funciona como un esquema de crédito

reembolsable: no es donación, se paga con el propio proyecto. Y si esto fuera

poco, funcionarios de municipios vecinos revelaron bajo reserva que Propacífico

buscó que los municipios aportaran recursos para los estudios, pese a que estos

gobiernos ni siquiera tienen claridad de cuáles serían los beneficios, impactos o

trayectos en sus territorios.

La conclusión es contundente: el Tren de Cercanías aún es una idea, no un

proyecto maduro, y eso es inaceptable para una obra que supera los $17 billones

en costo total estimado.

Pero los problemas no terminan en los estudios. El trazado mismo es un laberinto

de inconsistencias.


— La mayor parte de los flujos diarios de población se mueve entre Cali y Yumbo,

como demuestra el DANE, que señala que más de 54.000 viajes diarios

corresponden a mano de obra que se desplaza a la zona industrial. Sin embargo,

el corredor hacia Yumbo ha sido marginado del proyecto.

— En Jamundí, el trazado histórico del tren está invadido. Cualquiera que recorra

la vía Cali–Jamundí puede observar ocupaciones de toda naturaleza. El caso no

es menor: las invasiones en corredores férreos han tardado hasta 10 años en

resolverse en otros proyectos del país, según la Agencia Nacional de

Infraestructura.

— El puente recién construido en la carrera 100 con calle 25, cerca de Jardín

Plaza, no dejó espacio para paso férreo. Reconstruirlo o modificarlo costaría una

nueva inversión multimillonaria y retrasos aún más graves.

— Cruces críticos como la Simón Bolívar, la intersección de la 26, la galería Santa

Elena o la zona del Planchón, no tienen diseños de paso claro. Tampoco se sabe

cómo resolver el cruce de la carrera 8 con calles 25 y 26, ampliado en

administraciones anteriores para aumentar capacidad vial. Son vacíos

estructurales que no desaparecen con discursos técnicos fabricados a la carrera.

Si el propósito del tren es mover pasajeros, entonces el trazado debería priorizar

Cali–Yumbo. Pero el proyecto, impulsado principalmente por Propacífico —un

actor del cual fue director el hoy alcalde Alejandro Eder, según lo datos

evidenciados en registros públicos, ha centrado su narrativa en el eje

Cali–Jamundí, una zona de urbanización acelerada pero no necesariamente el

principal corredor laboral.

Candelaria, que podría justificar su inclusión histórica por su conexión con Cavasa

y su rol en seguridad alimentaria, ni siquiera aparece en un trazado claro. El

proyecto “llega” solo hasta El Guabanal, dejando en el aire cualquier posibilidad de

integración real.

El componente político es tal vez el más corrosivo. La pelea entre gobernadora,

políticos y sectores afines al petrismo ha derivado en un ambiente donde se dicen

medias verdades, se acusan intereses personales y se usa el proyecto como arma

electoral.

Los Verdes que apoyaron a Petro convencieron al Gobierno Nacional de que la

cofinanciación fortalecería la estructura político-electoral de la gobernadora. A eso

se suman los errores de cálculo de los mandatarios locales, que después de

elegidos han preferido mantener choques permanentes con Bogotá.

Mientras tanto, regiones como Antioquia o el centro del país avanzan en proyectos

ferroviarios, logísticos y metropolitanos porque lograron lo que en el Valle parece

imposible: unidad alrededor de un propósito común.


El saldo final es desolador. Pierde Cali, pierde Yumbo, pierde Jamundí, pierde

Candelaria y pierde toda la región. Porque cada vez que el Valle se enreda en

disputas internas, los recursos, las oportunidades y la capacidad de

transformación terminan evaporándose.

Es el viejo y conocido canibalismo político: el fenómeno en el que, como en su

definición más cruda, los actores terminan devorándose entre sí, hasta que no

queda proyecto, ni visión, ni región.

El Tren de Cercanías era —y aún podría ser— una oportunidad histórica. Pero

mientras siga atrapado entre improvisaciones técnicas, pertinencias mal

justificadas y guerras políticas, quedará condenado a ser otro capítulo del libro

más repetido de nuestra región: cómo perder lo que otros siempre aprovechan.

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