Cali es, sin lugar a dudas, una ciudad con alma rumbera. Cada celebración, sin importar su magnitud, es vista como una oportunidad para reunirse con amigos, familiares y conocidos en bares, discotecas, restaurantes y otros espacios sociales. La oferta de establecimientos de entretenimiento nocturno a lo largo y ancho de la ciudad lo confirma: Cali celebra la vida a través de la fiesta. Sin embargo, detrás de esta cultura de la alegría y la rumba, se ocultan sombras que, de vez en cuando, salen a la luz, manchando el espíritu festivo con hechos de violencia que deberían ser motivo de seria reflexión.
El reciente caso ocurrido en el barrio Santo Domingo de Cali, ampliamente difundido por los medios de comunicación del país, en plena avenida Pasoancho con Carrera 46A un sitio muy céntrico de la ciudad, nos invita a pensar en el límite entre la celebración sana y la intolerancia que, muchas veces, deriva en tragedia. En este hecho, dos hombres protagonizaron un altercado que terminó en un brutal asesinato. al menos ocho personas, además del dueño del establecimiento, presenciaron cómo uno de los agresores le propinaba varios disparos a su víctima, quien, según las autoridades, resultó ser un intendente de la Policía que se encontraba en su día de descanso. La violencia no cesó con los primeros disparos: el atacante continuó disparando incluso cuando el hombre ya yacía en el suelo, en un acto de brutalidad incomprensible.
Este crimen, que las autoridades atribuyen a un acto de intolerancia, obliga a preguntarse sobre el estado de la rumba en Cali y los mecanismos de prevención que se están tomando para evitar que episodios como este se repitan. ¿Cuáles son las medidas que las autoridades y los mismos establecimientos implementan para garantizar una celebración segura y sin violencia? ¿Estamos fallando como sociedad al normalizar este tipo de conductas agresivas en nuestros espacios de entretenimiento?
El hecho toma aún más gravedad cuando se conoce que el agresor, identificado como “Fausto”, es un hombre con un extenso prontuario criminal. A pesar de haber sido condenado a 17 años por homicidio, estaba en casa por cárcel al momento del crimen. La justicia actuó con rapidez, capturando al responsable una semana después, pero este hecho abre una serie de interrogantes sobre la impunidad y la laxitud del sistema judicial.
Además de la captura del agresor, la revisión del video de seguridad muestra a varias personas presentes en la escena que actuaron como testigos mudos de la tragedia. ¿Qué papel juegan estos espectadores en hechos de esta naturaleza? ¿Deberían ser judicializados aquellos que, pese a tener la oportunidad de intervenir o llamar a las autoridades, prefieren permanecer al margen?
Contrastando con esta escalofriante escena, las declaraciones recientes de ASOBARES, en las que la asociación expresa su preocupación por la disminución del 60% en las ventas de los establecimientos de rumba, despiertan más preguntas. A propósito de la celebración del Día del Amor y la Amistad, ASOBARES ha señalado que el endurecimiento de los controles por parte de las autoridades ha afectado sus ingresos. Sin embargo, esta cifra, aunque llamativa, invita a una reflexión más profunda: ¿se debe esta caída en las ventas a una molestia por los controles, o a que los caleños están comenzando a alejarse de estos espacios en busca de mayor seguridad?
Es evidente que la seguridad es una preocupación fundamental para los ciudadanos de Cali, y las autoridades no pueden bajar la guardia en su misión de garantizar la tranquilidad de todos. El evento en el barrio Santo Domingo y las declaraciones del gremio de establecimientos de rumba tienen un hilo conductor claro: la necesidad de que se implementen controles efectivos y que estos sean aceptados por los diferentes actores de la sociedad.
La responsabilidad no solo recae en las autoridades, sino también en los ciudadanos, en los dueños de establecimientos y los gremios, quienes deben ser conscientes de su papel en la prevención de situaciones violentas. La cultura de la rumba en Cali no debe verse empañada por la intolerancia o la falta de responsabilidad. Las celebraciones deben ser motivo de alegría, no de tragedia. La seguridad y el respeto por la vida deben ser la base de cualquier encuentro social, y solo así podremos disfrutar de nuestra rica tradición rumbera sin temer por la tranquilidad de nuestras noches.
El llamado es claro: que todos, desde los rumberos hasta los administradores de establecimientos, los gremios y las autoridades, contribuyan a hacer de Cali una ciudad más segura, donde la fiesta sea sinónimo de alegría y no de violencia.
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