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DOS AÑOS: ¿FRUSTRACIÓN O CONSPIRACIÓN?

JAIRO RAMOS ACEVEDO

Abogado - escritor vallecaucano


Todos los analistas políticos en la actualidad se han encargado de realizar un balance parcial a la gestión del actual gobierno, y algunos sin ningún reato y objetividad, han llegado a afirmar – sin beneficio de inventario – que a Gustavo Petro le quedó grande este país. 


Es cierto, pero se olvidan que la sociedad colombiana es muy compleja, ambivalente, contradictoria y fatalista. Desde hace muchos años, el anhelo de todos ha sido siempre el de alcanzar una paz total, donde impere la justicia social, partidos políticos deliberantes y democráticos, la libre designación en los cargos públicos sin recomendación política de algún gamonal regional, donde no exista privilegios sociales, donde se expidan leyes que favorezcan a los intereses generales y no particulares; donde la igualdad sea el principio universal, y que la democracia no sea formal sino real. Además, que los gobernantes elegidos en los cargos públicos, se hagan por meritocracia y no por intereses económicos, políticos o de clase social. 

Esta ha sido siempre la perspectiva o el anhelo colectivo, donde el enfrentamiento del ser y el deber ser ha prevalecido como fórmula universal. Muchos ignoramos la realidad que nos apabulla y nos enceguece, heredada bajo el manto del odio, el miedo y la orfandad del poder. Un poder político dominado por unos filibusteros amos y señores de todo lo habido y por haber, que se autodenominan jefes políticos. 

En definitiva, engañan y juegan con las necesidades populares: la miseria, el abandono, la marginalidad, y la exclusión social, buscando una utopía. No existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia de justicia. Esos gamonales o líderes políticos son los que se enquistan en el Congreso de la República y se venden por un plato de lentejas. 


Olvidamos fácilmente, que durante mucho tiempo nuestro país fue una sociedad inculta, y que solo el 10% era letrada, y eran estos quienes, junto con los terratenientes, los que se alternaron el poder de la Presidencia de la República, unas veces los conservadores y otras los liberales. 


Fueron estos los que confeccionaron la estructura jurídica del Estado; donde tributariamente y fiscalmente, los ricos fueran más ricos y los pobres cada vez más pobres. Y, por obvias razones, esos intelectuales eran los depositarios de la verdad. Bajo esta apreciación decimonónica, el pueblo consideraba que la Constitución Política y las leyes era el fruto de un consenso de sabios que, enarbolando una bandera partidista, iba a diseñar y concretar los verdaderos anhelos y sueños del pueblo. 


Durante más de 200 años hemos venido siendo engañados por estos mercaderes de la hipocresía, por estos traficantes de la angustia y el miedo a un cambio verdadero. Esta clase social privilegiada solo veía en el pueblo un instrumento ciego del poder político para llegar a la Presidencia de la República.; y no un aliado necesario para mejorar las condiciones de vida de todo el país. 


Todas esas normas jurídicas han sido diseñadas a estilo sastre – beneficiar a la clase plutocrática – y nada más. ¡Que el pueblo se joda y siga engañado! Esta realidad ha sido una constante. No debemos olvidar que Colombia es un país subdesarrollado, donde ha imperado siempre la violencia del más fuerte sobre el más débil, y las fuerzas militares siempre han sido abyectas al sistema jurídico establecido. Donde los jefes políticos se perpetúan en el poder y estos clanes familiares consideran que los cargos públicos son hereditarios. 


Incluso algunos piensan que Colombia cambió con la Constitución Política de 1991. Mamola, no hubo cambios sustanciales solo formales, solo se amplió el reconocimiento de los derechos fundamentales, de resto se mantuvo incólume las ataduras monolíticas del capitalismo. Ya que los vicios de la corrupción, el nepotismo, el narcotráfico y la violencia no desparecieron. 


Solo ahora cuando se produjo una ruptura ideológica en la conducción del estado, se pensó que el cambio social, político y económico era una realidad; pero estábamos equivocados de nuevo; los huérfanos del poder, representado en los partidos tradicionales, cerraron filas y se constituyeron en grupos de oposición al gobierno de Gustavo Petro. 


Y la primera arremetida fue iniciar una campaña de desprestigio en la figura de la vicepresidenta creando una xenofobia inesperada; luego los medios de comunicación, dominados por estas élites burguesas, empezaron a minar el círculo familiar cercano al presidente. 


Hasta que por fin los miembros del Pacto histórico se dividieron, más por ambiciones personales que por ideología, y el fuego amigo apareció. Algunos empezaron a chantajear, usar artimañas y realizar trafico de influencia, igual como actuaban los jefes políticos tradicionales; apartándose del derrotero establecido por Gustavo Petro: que impere la honestidad y la transparencia. De modo que, en estos dos años no fue así. Apareció la corrupción, el trafico de influencias y todo se fue diluyendo dejando ver que los antiguos vicios no habían sido desterrados de los centros de poder. 


Este velo negro no ha permitido que se valoren las enormes ejecuciones que el gobierno ha presentado. Es cierto que, la percepción de mejoramiento del orden público no ha mejorado; sin embargo, el gobierno de Petro ha incautado y destruido enormes laboratorios de procesamiento de cocaína y también de maquinaria pesada amarilla de explotación de oro y cobalto, que afectan el ecosistema ambiental. 


Este hecho peregrino, tiene también, repercusiones en las finanzas de los grupos de narcotraficantes al margen de la ley, llámese ELN, FARC-EP, CLAN DEL GOLFO, BACRIM, etc. En fin, considero, que los factores positivos son más que los negativos, si se hace un balance general de la gestión del actual gobierno, con objetividad y no con fanatismo e ideología parcializada. Quizá por eso, algunos piensan que además de la conspiración, también ha existido un poco de frustración social en el cambio cualitativo y cuantitativo que el gobierno de Gustavo Petro prometió.

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