Por Rubén Darío Valencia
Periodista - Analista Político
Uno ya no sabe a qué atenerse con la ‘lluvia de ideas’ que, cual semillas de una etnia cósmica, riega sobre la tierra fértil de la polarización colombiana el Presidente Gustavo Petro: que una Constituyente sí pero no como una Constituyente, que es mejor como un fast track con cara de plebiscito. Que no se negocia con narcos en la Paz Total porque narcos somos todos y que por tanto sí hay que sentarse con ellos; pide usar los ahorros bancarios de la gente como plata pública, pero luego sale a decir ¡quieto todo el mundo!, que nadie le va a echar mano a los recursos privados.
Y las redes estallan, los analistas se descerebran intentado explicaciones, los periodistas se desgañitan en una maratón informativa, los ministros se tropiezan con sus propias contradicciones y el país, en suma, naufraga en la incertidumbre sin saber si el país va o viene.
Esto tiene una consecuencia política menos visible y estudiada, y que a mi juicio está encapsulando peligrosamente los caminos del diálogo nacional: cada vez es más difícil hablar con los petristas, porque para ellos es cada vez más complicado defender lo indefendible.
Incluso mis amigos, la mayoría nuevos progres con corazón azul de metileno, están impotables para la conversa, aún si uno pudiera estar de acuerdo con alguna postura del Gobierno. No quieren nada, no aceptan nada que no sea la rendición ideológica de sus contertulios o la aceptación palmarla de sus exabruptos.
Creo que ya no son ni siquiera de izquierda, como su adorado Felipe A. Priast, (quien públicamente ya aceptó su arrepentimiento electoral), sino feligreses de una secta, una religión, una orden secreta que cree que su dios no se equivoca, que es sabio e inmutable como el verdadero Dios eterno.
Ciegos ideológicamente, pero no sordos ni mudos, me pregunto ¿qué pasará en las horas más nonas de este Gobierno ya decrépito en sus ideas, errático en sus caminos y perdido, como un sonámbulo, en sus fines?
Se cerrará como una brida, como la mandíbula de un pitbull sobre la carne de Colombia y no habrá con quién dialogar, con quién hacerle ver que este es un país y no el altar de su iglesia. Ni quién le haga entender que él es apenas un presidente, un funcionario de alto rango, pero pasajero. Y ni quién le dé la noticia amarga de que no es un emperador con poderes ilimitados, ni un mesías, ni el dueño de 50 millones de colombianos.
El extravío es grande. Si se señalan ladrones petristas, sacan lista de ladrones Santistas; si hay número de muertos en el haber del Gobierno, sacan el número de muertos uribistas; si hay contratos amañados, sacan los contratos mañosos de la era duquista. Todavía creen, a pie juntillas, que el de Centros Poblados es el caso de corrupción más grande de la historia de Colombia cuando les hablan del escándalo de la Unidad de Gestión del Riesgo.
No pierden, no ceden, se aferran a su verdad ideológica con una postura de mártir y se inmolan como soldados de papel ya no por los hechos del Cambio, que no fueron, sino por creer (¿una cuestión de honor?) que haber llegado a la Presidencia lo es.
Cuelan el mosquito y engullen el camello. Nadie del humanismo progresista se ha dolido de las 87 masacres ocurridas durante este Gobierno, ni de las 550 víctimas caídas en medio del combate que ‘justifica’ la Paz Total. Ni de las 48 matanzas con 138 víctimas, y 78 lideres sociales asesinados en lo que va de este año. En este campo de sumas y restas funerarias, en vez de un responso oficial, tienen una aritmética infame: sacan las cuentas rojas de Uribe, su saco de arena en el pugilato narrativo, como moneda de cambio para cuadrar sangre con sangre, cambalache macabro.
Se quejan de la dura batalla que libran con la oposición, pero se olvidan de que fueron feroces cuando no eran el poder. Odian la prensa, que califican sin distingos de prepago y uribista, cuando descubre y critica, pero aman a los influencers oficiales fletados que alaban y contemporizan.
Son reyes de los memes, de la memoria selectiva, de las fakes news. Todo lo que no sea petrista es paraco, fascista, nazi y narco, mientras todo lo de ellos es histórico, humanista, romántico y moralmente elevado.
Pero también del otro lado hay fanatismo y ceguera. Al final, solo es odio ideológico que se nutre del prejuicio preconstruido sobre lo que es o no es un petrista o lo que es o no es un uribista más allá de las cosas en las que pudieran estar de acuerdo.
Rencor paradigmático que termina sustentando las sospechas mutuas en los propósitos y en los intereses y no en los fundamentos, hechos y razones. Una disputa de superioridad moral que solo reside en la imagen negativa y distorsionada que se tiene del contrario.
Las diferencias más virales deberían salvarse con un lenguaje más moderado, inclusivo y, sobre todo, mejor informado desde arriba, algo que, incluso, favorecería la comprensión del opositor más analfabeta. De lo contrario, seremos piedras tirándole a las piedras.
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