Por JAIRO RAMOS ACEVEDO
Quizá muy pocos lectores recordaran la novela “Ardiente paciencia” (1985), solo basta brindar apenas un mínimo detalle para que la memoria se desenrede como por arte de magia.
En el refugio mítico de Pablo Neruda en Isla Negra, había un muchacho que tenía el instinto del inconformismo y curiosidad y que por ello se convertiría en cartero de Neruda. Desde esa posición tenía acceso al poeta, al que trataba con deferencias un poco torpes pero conmovedoras. A cambio, Neruda lo privilegiaba con un diálogo escueto pero lleno de significado y con unas cuantas cartas de amor escritas secretamente para la enamorada del chico.
El mundo de Antonio Skármeta era inocente, lleno de ternura y romanticismo. Neruda era un gigante bueno, el cartero era un alma inocente y Chile era un país que podría haber evitado su abismo. Visto desde los ojos de 2024, cuando Neruda es un personaje semicancelado y retratado en películas tan complejas como Neruda de Pablo Larraín, aquella inocencia parece un tesoro perdido.
Esta semana se llenó de luto las letras chilenas y el mundo, porque sus obras alcanzaron la aceptación internacional. A la edad de 83 años falleció el escritor Antonio Skármeta (Nació en Antofagasta, 7 de noviembre de 1940 al 15 de octubre de 2024), según ha comunicado la Universidad de Chile, la institución en la que fue profesor.
El autor de “Ardiente paciencia”, la novela que inspiró El cartero y Pablo Neruda, fue novelista de obras que fueron traducidas a 30 lenguas. Antes de “Ardiente paciencia” publicó tres novelas y cinco libros de cuentos.
Los primeros aparecieron en 1967, cuando Skármeta, hijo de emigrantes croatas, ya era profesor universitario de Letras y de Filosofía. Fue el año de “La casa verde” de Vargas Llosa y de “El lugar sin límites” de José Donoso, pero la referencia es engañosa porque Skármeta nunca estuvo en el Boom de la Narrativa Latinoamericana.
Skármeta perteneció a la siguiente generación, criada en tensión con sus hermanos mayores. Aquel Skármeta se podría contar a través de “Soñé que la nieve ardía”, su primera novela (1975), un texto que tenía más que ver con el teatro experimental y con el pensamiento de mayo del 68 que con la tradición oral y el realismo mágico de las novelas que asombraban al mundo.
En “Soñé que la nieve ardía” aparecía una serie de personajes circenses, filosóficos y/o absurdos que se encaminaban hacia el desastre del Golpe de Estado de 1973 en Chile. Su lectura era exigente y su luz era brumosa. Y su tema introducía el gran trauma de la vida del autor: la caída del Gobierno de Salvador Allende y el asesinato de éste en la Casa de la Moneda.
Por toda su obra abundan las novelas que explican aquel momento simbólico y que parecen unidas por el deseo de restaurar la dignidad de los derrotados. Y las hay de todos los tipos: “El plebiscito” (O cómo derrotar a un dictador con poesía - 2009) fue una obra breve, casi cómica y encantadora, en la que los lectores españoles creyeron identificar al Unamuno que se enfrentó e Millán Astray pero llevado a Chile y convertido en un personaje más pícaro y menos trágico.
“El baile de la victoria” (2003), en cambio, era casi un thriller que retrataba el Chile feliz de la dictadura a través de dos personajes marginales que salían de la cárcel y trataban de rehacer su vida en la democracia tutelada.
Durante 16 años, Skármeta vivió en el exilio, primero en Buenos Aires y después en Berlín. Mientras que sus colegas del Boom se habían instalado en Barcelona al abrigo de Carmen Balcells antes de que la historia de América Latina se convirtiese en un avispero, Skármeta, conocido activista cultural en el ascenso al poder de la Unión Popular, marchó en una posición precaria.
En Berlín consiguió emplearse como escritor a sueldo para la industria del cine y puede que ese dato sea importante. El escritor de relatos filosóficos de 1975 aprendió del oficio de guionista las posibilidades del humor (El plebiscito), del sentimentalismo (Ardiente paciencia) y de la acción y el género (El baile de la victoria).
Tras el plebiscito que repuso la democracia en Chile en 1988, Skármeta regresó a su país: escribió en prensa críticas de teatro, columnas sobre fútbol y crónicas políticas y presentó programas de divulgación cultural en televisión. Volvió algunos años a Alemania para ser embajador durante el Gobierno de Ricardo Lagos y se convirtió en una presencia casi familiar. En vez de ser un activista de izquierdas, actuó como un intelectual relativista, un poco socarrón y un poco nostálgico.
La detención de Pinochet en 1998 por orden del juez Garzón lo encontró en España. "Pinochet ha estado asediando mi vida desde hace 30 años. ¡Basta, por favor!", dijo Skármeta en una visita donde coincidimos como invitados a un encuentro de escritores en Miami aquel invierno sombrío de 1991.
En esa época, el escritor estaba más preocupado por la reconciliación que por hacer que el tirano pagase por sus culpas. Esa actitud también suena hoy lejana y añorada. Skármeta fue también el ganador de los premios Planeta de 2003 (por “El baile de la victoria”, que después se convertiría en una película de Fernando Trueba) y el Planeta América (Los días del arcoíris, 2013). Con esas referencias es posible entender el valor de sus libros, su capacidad de llevar al gran público la tradición de la poesía y la filosofía.
JAIRO RAMOS ACEVEDO
Escritor vallecaucano
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